'Exterminio' me hizo pensar: ¿cómo se reconstruye algo cuando ya no queda nada?
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Hay algo que me pasa con las películas postapocalípticas que no me pasaba antes. Ya no me interesa el virus. Ya no me asustan los infectados. Lo que de verdad me inquieta es lo otro: qué pasa con las personas cuando el mundo deja de funcionar. Cómo se hablan. Qué deciden creer. A quién eligen seguir. Qué parte del amor sobrevive. Qué parte del miedo se vuelve norma.
'Exterminio' o ¿cómo se reconstruye algo cuando ya no queda nada?
Viendo Exterminio no pensaba tanto en los infectados, sino en eso: cómo se reorganiza una sociedad cuando las estructuras desaparecen. Cómo incluso el amor, el deseo, la esperanza o la paternidad empiezan a operar desde el trauma. Cómo todo —todo— se vuelve más denso, más tenso, más negociado.
La franquicia siempre tuvo un subtexto social: lo militar, lo institucional, lo colonial. Pero en esta tercera entrega lo que se siente más fuerte no es la amenaza externa, sino lo que pasa entre los personajes. El culto. El encierro. La maternidad. La forma en que el afecto muta, se distorsiona, se endurece. Como si en un mundo roto ya no fuera posible amar sin miedo.
No importa si les llamas infectados, contagiados o furiosos: lo verdaderamente aterrador no es la velocidad con la que corren, sino la rapidez con la que se desmorona todo lo que considerábamos sólido. La ciudad. El lenguaje. La confianza. El amor.
Las tres películas (28 Days Later, 28 Weeks Later y 28 Years Later) funcionan casi como estaciones de un duelo colectivo. En la primera, el trauma inmediato. En la segunda, la ilusión de reconstrucción. En la tercera, la resignación de que quizás el mundo que conocíamos ya no va a volver.
Y entre cada explosión, cada persecución y cada silencio… queda la pregunta: ¿cómo se construye algo cuando ya no queda nada? Y no hablo solo de una sociedad, sino también de una relación, una amistad, un nosotros.
Después del caos, ¿qué es lo primero que vuelve?
Cuando ya no hay Estado, ni electricidad, ni futuro, lo primero que vuelve no es el gobierno: es la comunidad. Aunque sea frágil, aunque esté rota. Las personas buscan refugio unas en otras. Y eso puede ser profundamente bello… o profundamente peligroso.
Lo que más resuena al ver las tres películas seguidas no es la evolución del virus, sino la evolución de las relaciones humanas. Del primer abrazo en silencio en 28 Days Later, al grito desgarrador de Andy en 28 Weeks Later, al amor imposible —y tal vez simbólico— de la tercera entrega, hay una pregunta que se repite: ¿qué nos queda cuando ya no podemos confiar en nada?
En 28 Years Later, esa pregunta se siente más cruda. Ya no hay esperanza institucional, ni deseo de restauración. Lo que hay es resistencia. Grupos aislados, cultos, ideologías que surgieron del trauma y que ahora funcionan como sistema de sentido.
Y en ese escenario, los gestos más pequeños —cuidar a alguien, parir, cargar a un bebé— se vuelven actos políticos. Porque en un mundo donde nadie está a salvo, sostener el vínculo humano se convierte en una forma de rebeldía.
El cuerpo como frontera
Hay una imagen que se repite a lo largo de la trilogía: cuerpos que ya no obedecen. Que se rompen. Que muerden. Que explotan. Que desaparecen.
Y en contraste, están los otros cuerpos: los que se abrazan. Los que se ocultan. Los que tiemblan.
En la tercera película, esa tensión llega a un nuevo nivel con el bebé inmune. Un cuerpo nuevo, frágil, pero con el potencial de cambiarlo todo. ¿Qué representa ese cuerpo? ¿La esperanza? ¿La redención? ¿La herramienta perfecta para ser manipulada por otros? Y más importante: ¿qué estamos dispuestos a hacer para proteger algo así?
Porque al final, cuando el lenguaje ya no sirve, cuando las estructuras políticas ya no funcionan, los cuerpos se vuelven los nuevos símbolos. Lo que antes se resolvía con leyes, ahora se resuelve con abrazos, con gritos, con balas. Y cada cuerpo, en ese contexto, significa algo.
El amor bajo amenaza
Entre todo el caos, hay una madre que acaba de dar a luz. Hay una hermana que busca proteger. Hay un niño que nunca conoció otra realidad. Y entre ellos se teje algo que no es solo cuidado: es una forma nueva de estar en el mundo.
Y ahí la película toca algo muy delicado: ¿se puede criar a alguien en un mundo que no tiene reglas claras? ¿Se puede amar sin transmitir el miedo? ¿Qué significa proteger a alguien cuando ni tú sabes si estás a salvo?
En un momento se menciona que el bebé podría ser inmune gracias a la placenta. Pero más allá de lo científico, hay algo poético en la idea de que una membrana tan delgada haya funcionado como escudo. Como si la vida todavía se aferrara a la vida, incluso cuando todo alrededor se convirtió en muerte.
La historia como refugio (y como arma)
Hay algo muy humano en buscar respuestas cuando ya no queda nada. No solo físicas, sino narrativas. Queremos saber por qué pasó lo que pasó. Queremos que alguien nos diga que todo esto tiene sentido. Que no sufrimos en vano.
Porque cuando ya no hay instituciones, la historia se convierte en la nueva autoridad. El que logra imponer su versión de lo ocurrido gana: poder, seguidores, legitimidad. A veces esa historia nace de la verdad. Otras veces, del miedo.
Pero casi siempre, de la necesidad de seguir vivos con una idea que nos salve.
El apocalipsis no llega de golpe
Tal vez lo que más me deja esta trilogía es la certeza de que el fin del mundo no es una escena explosiva. No es una fecha. No es un día específico. Es algo que se va instalando lentamente en la vida cotidiana, hasta que un día te das cuenta de que todo lo que dabas por hecho —las rutinas, los afectos, el lenguaje, el futuro— ya no está.
Y en ese vacío, empezamos a inventar. A adaptarnos. A confiar de nuevo, aunque no queramos. A cuidar, aunque duela. A amar, aunque sea más fácil encerrarse.
Las películas de Exterminio no son sobre cómo se acaba el mundo. Son sobre cómo lo intentamos reconstruir con lo poco que queda: con miedo, con torpeza, con deseo. Y a veces, con amor.
Si también te obsesionan las historias donde el mundo ya se acabó…
Las películas y series postapocalípticas ya no se tratan solo del fin del mundo. Lo interesante —lo realmente desgarrador— es ver qué queda después: los vínculos, las reglas nuevas, el miedo que se vuelve costumbre. Estas recomendaciones no van sobre zombies o explosiones (aunque hay de eso), sino sobre lo que pasa en el fondo: la pérdida, la reconstrucción y esa necesidad terca de seguir cuidando a alguien, incluso cuando ya no hay nada que salvar.
Children of Men
Disponible en: Disney+
En un futuro donde las personas dejaron de tener hijos, la humanidad vive en un estado de desesperanza absoluta. Hasta que una mujer aparece embarazada. Una película cruda y visionaria sobre la fe, el miedo y lo que estamos dispuestos a proteger cuando todo parece perdido.
The Leftovers
Disponible en: HBO Max
Un día, el 2% de la población mundial desaparece sin explicación. Lo que sigue no es una historia de ciencia ficción, sino un retrato íntimo de cómo una sociedad vive el duelo colectivo, intenta encontrar sentido, y se aferra a rituales nuevos (y viejos) para sobrevivir emocionalmente.
The Last of Us
Disponible en: HBO Max
Más que una historia de zombies, es una historia sobre el vínculo entre dos personas que no se eligieron, pero que terminan sosteniéndose mutuamente. Una serie que habla del amor en tiempos de pérdida, de cómo los vínculos se endurecen o se rompen en medio del colapso.
The Survival of Kindness
Disponible en: MUBI
Una mujer negra, encerrada en una jaula en medio del desierto, escapa para cruzar un país post-apocalíptico donde el racismo y la brutalidad sobreviven incluso cuando todo lo demás ha desaparecido. Una película visualmente poderosa y alegórica sobre lo que queda cuando se acaba todo.
28 Days Later
Disponible en: Disney+
Un virus de rabia se expande por el Reino Unido y despierta a un hombre del coma en un mundo vacío y hostil. Pero el verdadero peligro no está solo en los infectados, sino en lo que las personas están dispuestas a hacer cuando creen que ya nadie los está mirando.
28 Weeks Later
Disponible en: Disney+ y Netflix
El ejército estadounidense entra para “reconstruir” Londres después del brote. Pero la ilusión de seguridad colapsa rápido. Esta segunda parte revela que el deseo de volver a la normalidad puede ser más destructivo que el caos mismo.
Mis papás tampoco me dejaban ver 'Los Simpson'
Yo también fui de esa generación. Mis papás no me dejaban ver Los Simpson. No tengo una gran historia detrás: simplemente era una de esas reglas sin mucha explicación. Supongo que pensaban que no era “apto para niños”. Y la verdad es que nunca me dio curiosidad. No crecí con Bart, ni con Homero, ni con los chistes de Moe. Obvio sé quiénes son, conozco e…
Wow! Que buen artículo y análisis reflexivo!